Si una mañana de agosto despiertas atraído por una extraña e idílica melodía de sonidos provenientes de la calle, sonidos desconocidos pero a la vez familiares, y al mirar a través de las ventanas contemplas a hábiles jinetes a lomos de sus fieles corceles, a caballos y mulos marchando al frente de carruajes y diligencias, a hombres y mujeres ataviados con majestuosos trajes de colores, y las calles impregnadas de una embriagadora mezcla de tradición, historia y folclore, no pienses que has retrocedido hasta principios del siglo pasado, ni tan siquiera que sigues soñando: la feria de Málaga ya está aquí.
La feria es el sonido de las orquestas flamencas, pero también de la leña crujiendo bajo los vivos fuegos de las cocinas. Es el olor de las rosas frescas engastadas en los negros cabellos de las mujeres que van de lunares, pero también es el olor a vino y frituras. La feria es el mejor sabor de Málaga, servido a través de sus platos más singulares. No es posible concebir la auténtica feria de Málaga sólo a través de sus imágenes. El olfato, el gusto e incluso el oído tienen asientos preferentes en éste espectáculo para los sentidos.